La guerra en Ucrania ha dejado una huella imborrable en la vida de sus ciudadanos, especialmente en regiones como Sumi, donde los ataques aéreos se han vuelto una rutina aterradora. La madrugada del viernes, la ciudad fue nuevamente escenario de una ofensiva rusa, esta vez utilizando drones Shahed-136, un tipo de vehículo aéreo no tripulado que ha sembrado el pánico entre la población civil. Tanya, una residente de Sumi, compartió su experiencia aterradora: «Me desperté por el sonido de un Shahed que volaba en dirección a nuestra casa y mientras lo escuchaba tuve tiempo de recitar para mí las primeras líneas del Padre nuestro». Este relato refleja la angustia y el miedo que sienten los ciudadanos ucranianos ante la constante amenaza de los ataques aéreos.
La región de Sumi ha sido uno de los frentes más activos desde que Rusia inició su invasión en 2022. A pesar de los esfuerzos de las fuerzas ucranianas, el Ejército ruso ha mantenido el control de varias áreas, intensificando su ofensiva en los últimos meses. Según datos recientes, Rusia controla aproximadamente 207 kilómetros cuadrados en esta región, lo que representa un desafío significativo para las fuerzas de defensa de Ucrania. La situación se complica aún más por la naturaleza de los ataques, que no solo se dirigen a objetivos militares, sino que también afectan a la población civil. Tanya explica que «cualquier lugar donde haya uno o dos vehículos se convierte en un objetivo», lo que aumenta el riesgo para los ciudadanos que intentan llevar una vida normal en medio del caos.
La experiencia de Tanya es compartida por muchos en Sumi, donde el sonido de los drones se ha convertido en una parte inquietante de la vida diaria. «Todos aguardamos con la esperanza de que la vida continuará», dice, mientras intenta mantener una semblanza de normalidad para sus tres hijos y su madre. Sin embargo, la realidad es que el miedo y la incertidumbre son constantes. «Esa noche fue atronadora, no pudimos dormir», recuerda, describiendo cómo su familia se despertó asustada por el silbido de los merodeadores. La sensación de pánico es palpable, y el tiempo que tienen para reaccionar es escaso. «Mientras lo escuchaba, solo tuve tiempo de recitar para mí las primeras líneas de un Padre Nuestro, no tuve tiempo de hacer nada más porque sientes que te paralizas».
Los ataques con drones han causado daños significativos en la infraestructura de Sumi. Aunque en este último ataque no hubo víctimas fatales, las explosiones provocaron incendios y daños en viviendas y edificios no residenciales. Los bomberos lograron controlar los incendios, pero el trauma psicológico que sufren los residentes es profundo. «Por la mañana es cuando eres consciente del miedo y de lo que habría pasado si… es cuando te tiemblan las manos y los pies, y se te saltan las lágrimas», dice Tanya, reflejando el estrés acumulado que sienten muchos ucranianos.
La guerra ha transformado la vida cotidiana en Sumi, donde los ciudadanos deben adaptarse a una nueva normalidad marcada por el miedo constante. La presencia de los drones Shahed-136, de diseño iraní, ha cambiado la dinámica del conflicto. En un periodo de dos meses, Rusia lanzó casi 8,000 de estos drones contra Ucrania, con una tasa de éxito que, aunque baja, es suficiente para mantener a la población en un estado de alerta permanente. Según informes, se necesitan alrededor de 110 drones para que un promedio de 37 logren alcanzar sus objetivos, lo que pone de manifiesto la estrategia de saturación que utiliza el Ejército ruso.
La fabricación de estos drones se lleva a cabo en un centro industrial en Alabuga, Rusia, donde se han intensificado los esfuerzos para aumentar la producción. Este enclave no solo se ha convertido en un centro de fabricación de drones, sino que también podría estar buscando exportar estas armas a otros países, como Corea del Norte e Irán. La guerra en Ucrania no solo ha sido un conflicto militar, sino también un campo de pruebas para nuevas tecnologías bélicas, y los drones han demostrado ser una herramienta eficaz para sembrar el terror entre la población civil.
La vida en Sumi es un recordatorio constante de los estragos de la guerra. Las familias se ven obligadas a vivir con el miedo, a adaptarse a una realidad donde el sonido de un dron puede ser el preludio de una explosión devastadora. La resiliencia de los ucranianos es admirable, pero el costo emocional y psicológico de esta guerra es incalculable. Tanya y su familia, como muchos otros, intentan encontrar un equilibrio entre la esperanza y el miedo, entre la vida cotidiana y la guerra. La historia de Sumi es una de muchas en Ucrania, donde el conflicto ha dejado cicatrices profundas en la sociedad y en la psique de sus ciudadanos. Mientras el conflicto continúa, la comunidad internacional observa, y la lucha por la supervivencia y la dignidad humana sigue siendo el eje central de esta tragedia contemporánea.