La travesía hacia los Lagos de Covadonga es mucho más que un simple recorrido por la naturaleza; es un viaje a través de la historia, la espiritualidad y la belleza escénica que define a Asturias. Este paraje, donde la leyenda se entrelaza con la realidad, se ha convertido en un destino imprescindible para quienes buscan conectar con el pasado y disfrutar de la majestuosidad de la naturaleza. Desde la primera capital del reino asturiano, Cangas de Onís, hasta los lagos glaciares que se encuentran en las montañas, cada paso en este camino está impregnado de significado.
La ruta hacia los Lagos de Covadonga comienza en Cangas de Onís, un lugar que guarda la memoria de Don Pelayo, el noble visigodo que lideró la resistencia cristiana contra la invasión musulmana en el siglo VIII. Este histórico enclave es el punto de partida para una carretera que serpentea durante 14 kilómetros, llevando a los visitantes a través de un paisaje que combina la espiritualidad con la belleza natural. A medida que se asciende, el Real Sitio de Covadonga se revela como un lugar sagrado, donde la Cueva Santa y la Basílica de Santa María la Real se alzan como símbolos de fe y resistencia.
En el corazón del Real Sitio se encuentra la Cueva Santa, un lugar de culto donde la tradición asegura que beber de la Fuente de los Siete Caños garantiza el matrimonio. Este santuario no solo es el hogar de la Virgen de Covadonga, patrona de Asturias, sino que también alberga la tumba de Don Pelayo, quien, según la leyenda, se refugió en esta cueva antes de enfrentarse al ejército musulmán. La Basílica, construida en 1877, se erige majestuosamente sobre el cerro del Cueto, ofreciendo vistas panorámicas de los valles circundantes, cubiertos de hayas y robles.
A medida que se avanza hacia los lagos, los visitantes se encuentran con el Lago Enol y el Lago Ercina, dos joyas naturales que emergen del hielo y el tiempo. El Lago Enol, el más grande de los dos, se sitúa a 1.070 metros de altitud y sus aguas verdes reflejan las montañas circundantes. Por su parte, el Lago Ercina, aunque más pequeño, está rodeado de pastos alpinos y nieblas que cambian constantemente, creando un ambiente mágico. Además, el Lago Bricial, que solo aparece en primavera, añade un toque de misterio a este paisaje, siendo visible solo para aquellos que están atentos a los cambios de la naturaleza.
Los Lagos de Covadonga no solo son un destino turístico, sino que también tienen un lugar especial en la historia del ciclismo. Desde 1983, su ascenso ha sido parte de la Vuelta Ciclista a España, convirtiéndose en un desafío tanto para ciclistas profesionales como aficionados. Las rampas del 12% al 15% exigen no solo fuerza física, sino también una conexión espiritual con el lugar. La comparación de Bernard Hinault entre Covadonga y el famoso Alpe d’Huez ha consagrado a este destino como un lugar icónico en el mundo del ciclismo, al igual que el Tourmalet o el Angliru.
La experiencia de visitar los Lagos de Covadonga va más allá de la simple contemplación de paisajes. Es un viaje al pasado, una conexión con la identidad asturiana y española, y un homenaje a la resistencia y el esfuerzo humano. Cada visitante que asciende a estos lagos busca no solo disfrutar de la belleza natural, sino también experimentar la historia que reverbera en cada rincón. En Covadonga, el tiempo parece detenerse, permitiendo a los viajeros reflexionar sobre la grandeza de la naturaleza y la profundidad de la historia que los rodea.
La combinación de historia, espiritualidad y naturaleza hace de los Lagos de Covadonga un destino único. La leyenda de Don Pelayo y la Virgen de Covadonga se entrelazan con la majestuosidad de los lagos, creando un ambiente que invita a la contemplación y la reflexión. Este lugar no es solo un destino turístico, sino un altar natural donde la historia y la fe se encuentran, ofreciendo a los visitantes una experiencia inolvidable que trasciende el tiempo y el espacio. Así, los Lagos de Covadonga se erigen como un símbolo de la identidad asturiana, un lugar donde la naturaleza y la historia se funden en una danza eterna.