Cuando se menciona a Liérganes, es común que la conversación gire en torno a su famoso Hombre Pez, sus paisajes naturales o su arquitectura barroca. Sin embargo, hay un capítulo menos conocido pero igualmente fascinante en la historia de este pueblo cántabro: su papel como un importante centro de producción textil en el siglo XVIII. En esta época, Liérganes se destacó por sus bordados artesanales, que cruzaron el Atlántico y llegaron a los virreinatos de América, convirtiéndose en un símbolo de calidad y destreza.
### La tradición del bordado en Liérganes
Las mujeres de Liérganes, muchas de ellas sin formación académica, se dedicaban a la confección de bordados a mano en sus hogares. Este trabajo, que se transmitía de generación en generación, consistía en la creación de ornamentos religiosos, mantones de seda y ropajes litúrgicos. Utilizaban hilos de oro, seda y lino, que eran traídos desde lugares tan lejanos como Lyon, Francia, y otras ciudades españolas como Santander y Burgos.
La calidad de los bordados de Liérganes no solo se medía por su precisión, sino también por su complejidad ornamental. Influenciados por el barroco español y el rococó francés, estos bordados presentaban motivos vegetales, ángeles y símbolos marianos, logrando tal finura que a menudo eran confundidos con productos de manufactura conventual o italiana en los registros coloniales.
Los registros de embarques del Puerto de Santander entre 1750 y 1790 revelan que las piezas de bordado de Liérganes eran enviadas a destinos como La Habana, Veracruz y Lima. Aunque no se trataba de grandes volúmenes, cada pieza era considerada un artículo de lujo, muy valorado por su calidad y belleza. Estos bordados eran solicitados por obispos, conventos y familias burguesas en las colonias, quienes deseaban lucir tejidos refinados en sus festividades litúrgicas.
### El impacto del comercio colonial
El comercio de bordados de Liérganes fue gestionado por intermediarios cántabros que operaban en Cádiz y Sevilla. Estos intermediarios compraban las piezas directamente a las bordadoras locales o a través de “recaudadores” itinerantes. Sin embargo, a pesar de su habilidad y del impacto de su trabajo, muchas de estas mujeres permanecieron en la sombra, sin reconocimiento ni remuneración justa. A menudo, sus obras no llevaban firma, lo que las hacía invisibles en la historia del arte textil.
A pesar de esta invisibilidad, el estilo de los bordados de Liérganes llegó a ser tan reconocido que se convirtió en una categoría de calidad por sí misma, similar a la loza de Talavera o las telas de Almagro. Estudios recientes han permitido identificar algunas de estas piezas en museos y sacristías de México, Perú y Cuba, lo que demuestra la importancia de este legado textil en la historia colonial.
Sin embargo, a medida que avanzaba el siglo XIX, la llegada de fábricas textiles y la producción en serie comenzaron a desplazar la artesanía del bordado manual. Muchas bordadoras se vieron obligadas a abandonar su oficio o a trabajar en talleres industriales, lo que llevó a la pérdida de la singularidad estilística que caracterizaba sus piezas. El bordado de Liérganes no desapareció de inmediato, sino que fue silenciado por el progreso, hasta el punto de que hoy en día, pocos en el pueblo recuerdan que allí se creaban telas que viajaban hasta América.
La historia del bordado en Liérganes es más que un relato sobre un arte textil; es un testimonio del trabajo y la dedicación de cientos de mujeres que, a lo largo de los años, dejaron su huella sin firmarla. Sus manos transformaron telas anónimas en objetos de belleza y fe, contribuyendo a vestir altares y a adornar ceremonias en lugares lejanos. Aunque no existan placas ni museos que cuenten su historia, su legado sigue presente en cada hilo, en cada puntada, en cada pieza que cruzó el océano y que, de alguna manera, sigue conectando a Cantabria con América.