Granada, jueves 15 de mayo de 2025. Recientemente, una encuesta del CIS reveló que un alarmante 17,3% de los jóvenes españoles entre 18 y 24 años y un 17,4% entre los 25 y 34 años consideran que, en ciertas circunstancias, un gobierno autoritario puede ser preferible a un sistema democrático. Este dato, que ha aumentado un 10% desde 2009, plantea serias preguntas sobre la salud de la democracia en España, un país que ha vivido bajo un régimen autoritario durante décadas. La situación es aún más preocupante si se tiene en cuenta que muchos de estos jóvenes no han experimentado directamente los horrores de la dictadura franquista, lo que les lleva a tener una percepción distorsionada de la historia.
La crisis de la democracia en España no es un fenómeno aislado, sino que refleja una tendencia global donde el desencanto con las instituciones democráticas se ha vuelto común. En este contexto, es crucial entender las razones detrás de este fenómeno. Una de las principales causas es el desencanto generalizado con las instituciones democráticas. Muchos jóvenes han crecido en un entorno de crisis económica casi permanente, desde la recesión de 2008 hasta la precariedad laboral estructural, pasando por los efectos devastadores del COVID-19 y la inflación reciente. La promesa de estabilidad, movilidad social y bienestar que se asociaba a la democracia liberal parece haberse desvanecido, dejando a muchos jóvenes en un estado de frustración y desilusión.
Frente a este panorama, algunos jóvenes buscan respuestas en opciones que prometen orden y control, incluso si eso implica renunciar a ciertos principios democráticos. Este deseo de soluciones rápidas y efectivas puede llevar a una aceptación de discursos autoritarios que, aunque simplistas, parecen ofrecer respuestas directas a problemas complejos. La distancia generacional respecto a la dictadura franquista ha contribuido a que muchos jóvenes perciban ese período con una mezcla de desconocimiento y romanticismo distorsionado. La falta de una educación efectiva sobre la historia reciente de España ha permitido que algunos discursos autoritarios se normalicen o incluso se glorifiquen en determinados espacios.
La banalización del pasado es otro factor relevante en este fenómeno. La memoria histórica, lejos de ser un pilar formativo, ha quedado relegada a los márgenes del debate público. Esto facilita la propagación de ideas reaccionarias sin un contrapeso narrativo sólido. En este sentido, la influencia de las redes sociales ha sido determinante. Plataformas como TikTok, YouTube o X (anteriormente Twitter) se han convertido en los principales canales de información y socialización política para muchos jóvenes. Los algoritmos de estas plataformas premian el contenido polarizante, lo que permite que discursos radicales circulen con facilidad, envueltos en formatos atractivos y mensajes simplistas.
Además, existe un creciente hartazgo con los discursos tradicionales de la izquierda, que son percibidos por algunos sectores juveniles como moralizantes y alejados de sus preocupaciones cotidianas. En contraposición, la derecha autoritaria se presenta como directa y sin complejos, enfocándose en temas prácticos como el empleo, la seguridad o la inmigración. Esta narrativa, aunque simplista, resulta eficaz en un entorno marcado por la incertidumbre y la desesperanza.
No se puede ignorar el papel de ciertos medios de comunicación y partidos políticos que, al normalizar discursos extremos o relativizar los peligros del autoritarismo, contribuyen a su aceptación social. Cuando los límites democráticos se difuminan en el debate público, los jóvenes, especialmente aquellos con menor formación política, pueden caer en la trampa de creer que todas las opciones son igualmente válidas o legítimas. Este fenómeno es particularmente preocupante, ya que puede llevar a una erosión de los valores democráticos y a una aceptación pasiva de regímenes autoritarios.
Frente a este panorama, es urgente repensar cómo se transmite la cultura democrática a las nuevas generaciones. No basta con celebrar elecciones; es necesario educar en valores cívicos, fomentar el pensamiento crítico y recuperar una memoria histórica activa. Solo así se podrá ofrecer una alternativa real y esperanzadora frente al atractivo, siempre engañoso, de las soluciones autoritarias. La educación debe ser un pilar fundamental en la lucha contra el autoritarismo, y es responsabilidad de todos los actores sociales trabajar en conjunto para garantizar que las futuras generaciones comprendan la importancia de la democracia y los riesgos que conlleva su erosión. Cuando los jóvenes pierden la fe en la democracia, toda la sociedad está en riesgo. Si no se actúa con inteligencia y responsabilidad, el pasado puede volver a colarse por las grietas del presente.